© Patricia Karina Vergara Sánchez
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La cabellera larga y revuelta, los ojos abiertos, como incrédulos, y los labios murmurando palabras incomprensibles. La mujer estaba tendida en el suelo y su mirada no enfocaba nada. Parecía que un espasmo la recorría. Parecía que agonizaba…
¿Cómo pasó, qué vientos se concatenaron para llegar a ese instante irrepetible?
Dicen, que se cansó de ser humillada en público, los vecinos muchas veces habían sido testigos. También hay quienes opinan que no pudo soportar más los golpes del marido. La vecina de al lado cuenta que lo que más le dolió a esta mujer fueron las infidelidades y la deslealtad constante. La tendera, que tantas veces tuvo que prestarle a ella las viandas, piensa que lo tacaño de ese hombre también hizo lo suyo.
Cualquiera que fuese la razón, Esa mañana llegó un camión de mudanzas y se llevó todo. Desde los libreros, hasta los gatos dormidos en sus canastillas de viaje.
Los vecinos observaron atentos el ir y venir de cajas y paquetes. Algunos escandalizados, otros con semblante serio. Muchos preocupados por en qué acabaría aquello.
La vecina de al lado, sólo advertía, como si supiera, que algo definitivo habría de suceder.
Cuando el camión de mudanzas se hubo marchado, la mujer cerró puertas y cortinas, para cumplir su rito secreto.
Su amiga la ayudó a tenderse en el piso.
…Fue el comienzo del juego de caricias y besos.
La cabellera larga y revuelta, los ojos abiertos, como incrédulos, y los labios murmurando palabras incomprensibles. La mujer estaba tendida en el suelo y su mirada no enfocaba nada. Parecía que un espasmo la recorría. Parecía que agonizaba.
La boca de su amiga sobre su sexo era una y otra vez el camino íntimo a su paraíso. Sus piernas eran la puerta que se abría, que cedía la entrada al universo nuevo.
Jugaron, se abrazaron, se quisieron hasta que se hizo la tarde.
La mujer risueña y relajada tomó de la mano a su amiga. Salieron de la casa. Pusieron el cerrojo a la puerta y arrojaron la llave a donde fuera.
Los vecinos estaban ahí, mientras ellas tomaban el auto y se marchaban agitando las manos con alegres despedidas.
Dicen, que cuando llegó el marido, los vecinos trataron de simular; aparentando sacar la basura, regar el jardín o estar en animada charla. Pero, según cuentan, no pudieron evitar sonreír mientras él descorría el cerrojo y abría la puerta de la casa vacía.
1 comentario:
jajaja
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