jueves, 20 de agosto de 2009

MISIVA POR UN BUEN DORMIR*



© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

México. Primer invierno desde su ausencia.


Mi muy querida, ya no querida:


Las siguientes líneas son para hacer de su conocimiento un hecho que está causando algunos inconvenientes y que, por lo tanto, considero de urgente atención, ya que anoche su Otro Yo Astral se desdobló de su cuerpo y vino a visitarme en mi cama, mientras yo dormía.


Como usted comprenderá, me es necesario solicitar su amable intervención al respecto, pues no me parece correcto que las versiones astrales de una se anden metiendo en los sueños de otra. Sobre todo, como en el caso nuestro, cuando la una y la otra ya no comparten vida, ni cama, ni sueños.


Déjeme explicarle que no es que pretenda yo molestarla o que esta misiva sea una excusa con la que yo esté buscando entablar diálogo alguno. No, de ninguna manera. Si me atrevo a escribirle es porque la fuga de su Yo Astral ha sido ya recurrente, pues no es la primera vez que usted me visita y se hace presente en mis noches. De haber ocurrido sólo en una ocasión no interpondría yo esta queja, usted mejor que nadie me sabe pacifica y paciente. Pero, es que, imagine vivir dos o tres veces por semana, en muchas semanas, esta escena incómoda:


Se presenta usted, como en la época aquella en que nos queríamos, seguro todavía se ha de acordar un poco de cómo era eso. Viene toda olorosa a fresco, con su cuerpo tibio se mete en mi cama; me recuerda aquello que nos hacía reír o me pregunta cómo está la que era nuestra gata y, en el colmo de la insolencia, me pide reencontrarnos.


No es que me escandalice, verdad. Yo sé que así de imprudentes son los cuerpos astrales. Como niños mimados que andan haciendo caprichos. Pero, verá, la situación ya es insostenible. Cómo se le ocurre a usted venir a importunarme tanto, tan seguido y, además, en las horas de sagrado descanso.


No es que quiera yo cobrarle ahora cuentas, pero demasiadas molestias de su parte ya he tenido. Si se acuerda, usted fue conmigo mala, pero bien mala. Se marchó y se llevó todo lo que había sido nuestro, desde los libros hasta las cortinas. Peor: yo tuve sed y no hubo nada que beber pues cuando se fue, me vació la despensa. Tuve hambre y usted se había llevado el dinero de la alcancía y el de la cuenta de banco. Necesitaba certeza y usted me dejó asesinada hasta la esperanza.


Debe saber que me sumergí en la locura. Que me atraganté con el llanto. Que rasguñé mis mejillas. Que toda entera me cubrí de ceniza.


El dolor era tal que hablé de su traición una y otra vez. Las lágrimas se me escurrían solas y sin provocación; mi boca aullaba a cada rato, asustándome yo sola. Esta misma boca huérfana rezaba su nombre una y otra vez, como en una plegaria que intentaba invocarle.


Desde los que eran nuestros vecinos y amigos, hasta el vendedor de frutas, el chofer del autobús, la mujer que iba a mi lado en la calle, todos, me miraban llorar sin control y se alejaban de mi demencia.


La amargura marcó mi rostro. Me inutilizó para el amor. Negó mi cuerpo al deseo. No le miento, ni exagero al hablarle de estos perjuicios. Si pudiera yo pasarle a usted la cuenta, la factura con todo y nota de remisión de lo que su traición rompió, nunca podría acabar de pagarme el monto tan grande de todos los daños.


Es por ello que le solicito de forma atenta, sea tan amable usted de no causar más desperfectos en mi vida. Deje, por favor, atado con el hilo de plata, que dicen todos tenemos, a su rebelde cuerpo astral, bien cerca de su cama, donde no pueda importunar.


Le sugiero que asista con un guía espiritual especializado en el tema de los sueños, que le ponga a meditar y en una de esas se comunica con Su Yo Astral y le regaña y le pregunta por qué me sigue tanto. Tal vez resulta que lo que le gusta a su alma inquieta es el recuerdo de la cama que compartíamos, el olor del café que yo le preparaba a usted cada mañana o, es que Su Yo Astral, extraña a Mi Yo Astral y el encantador entendimiento que parecían tener.


También dicen que los psicoanalistas son buenos para todo lo que tiene que ver con viajes en los sueños. Le recomiendo pruebe varias opciones.


En fin, Cualquiera que sea la solución que usted encuentre se la agradeceré de forma infinita, ya que, sabe, el encontrar a Su Otro Yo en mis sueños, a esa que se le parece tanto; todavía me intranquiliza, todavía duele. Porque el despertar sin usted, es dejar el sueño para encontrar cada día que se convierte en pesadilla.


Atentamente:


La que fue suya, cuando usted era mía.


*Obra ganadora del el 16º CERTAMEN LITERARIO de Cartas de desamor, de laa Organización de Vecinos de Pardinyes (Lleida), ORVEPARD, a través de su Comisión de Cultura y del Centro de Cultura Contemporánea.

LA NACIÓN DE LAS MUJERES ENCUERADAS



© Patricia Karina Vergara Sánchez

pakave@hotmail.com


Cada mañana y antes de que suene el despertador, Maya, quien tiene 9 años de edad y ojos brillantes color miel, se levanta de su cama vestida sólo con calzones. Sacude a la pequeña Luna que tiene cuatro años para que abra sus grandes ojos inteligentes y se levante de la cama contigua, también en calzones, a iniciar el día.






Luego, pasa a la recamara en donde sus dos mamás duermen despatarradas y encueradas en la misma cama. Procura hacer todo el ruido posible para que ese par de perezosas comiencen a entreabrir los ojos, se den un beso y se acaricien con los buenos días.






Así comienza el ir y venir de las desnudeces en casa. Una madre no tiene ropa porque está a punto de bañarse, otra porque salió de la regadera, Maya no se puede vestir porque no encuentra su ropa limpia y Luna porque su mamá no viene a ayudarle.






Por fin, son diez minutos antes de las ocho y las niñas salen, ya vestidas, corriendo a la escuela. El jardín de niños y la escuela primaria están dentro de la misma unidad habitacional donde Maya y Luna viven, así que están ahí todos los vecinitos y las verdades inocultables de sus familias de origen. Por ejemplo, el que vive con una madre violenta; el que tiene un padre alcohólico; la familia que tiene problemas económicos y, el que, según murmuran en su desconocimiento, es el peor y más sucio de todos los casos: Las niñas que tienen unas mamás lesbianas, que, por cierto, son ellas.






Al principio era un rumor vergonzoso que corría entre cuchicheos y miradas suspicaces. Después, ante el descaro de esas mujeres que, sin pedir permiso a nadie, se atrevían a estar viviendo juntas, fue una sorpresa anonadada. Con el tiempo, el chisme fue perdiendo su sabor. Nunca se confirmó aquello de las grandes orgías que organizaban, ni ritos satánicos, ni las hijas aparecieron nunca descuartizadas. Es más, estaban al corriente en sus pagos de mantenimiento comunal y ni siquiera tiraban basura en la calle.






Las vecinas, tan bien interesadas en el suceder ajeno, comenzaron a ocuparse de temas más importantes. Por ejemplo, el de la señora de la tienda que le ponía los cuernos a su marido con el chofer de un microbús. Los compañeritos de la escuela se fueron acostumbrando a la idea de que para el diez de mayo ellas elaboraban dos regalos y eso era todo. Así, las hijas y sus peligrosas madres pudieron respirar tranquilas un buen tiempo. Hasta que…-bueno, siempre hay un hasta que…-, un día llegó una niña nueva a la primaria. Se llamaba Azul: pícara, lista, desgarbada y desaliñada. Se ganó en un segundo el corazón y la amistad eterna de Maya. Además, resultó que era la vecina recién instalada en la casa cercana y eso las volvió inseparables. Azul comía, desayunaba, cenaba, veía tele, hacía la tarea e iba al cine con la familia de Maya.






Azul que vivía con su padrastro, su madre y un hermanito consentido, prefería estar en ese lugar donde no se gritaba, ni maltrataba, ni se le ponía al servicio del varoncito de la casa. Era el país de las mujeres que trabajaban, reían y parecían felices. Lo único raro que tenían era que gustaban de ver capítulos viejos de Xena en televisión. Lo que más le gustaba, era que le contaban que todas las niñas eran fuertes y guerreras, que podrían hacer en su vida todo lo que ellas soñaran. Ella decía que ir a esa casa era como visitar otro país. Nación en donde se sabía aceptada y querida. Un país con reglas distintas, pero que le agradaban.






Un día: Azul y Maya estaban en los columpios, mientras las mamás y Luna jugaban un poco más adelante con una pelota.






Cuando el columpio volaba, Azul preguntó:






– ¿Qué es una lesbiana?






Y Maya respondió:


- Lesbiana es una mujer que está enamorada de otra mujer.






- ¿Tu mamá es lesbiana?


- Mi mamá es lesbiana.


- ¿La mamá de Luna es lesbiana?


- Es lesbiana.


- ¿O sea que… son novias?


- O sea que… son novias.


- ¡Ah!






Siguieron columpiándose hasta que se hizo de noche.






Pasaron un par de meses poblados de carreras en bicicleta, congeladas de fresa y yogurt ante el televisor.






Un sábado por la mañana, Azul no llegó a desayunar. Todas pensaron que estaría enferma y esperaron. El domingo tampoco llegó. El lunes en la escuela no dirigió a Maya ni siquiera una palabra y secreteaba, como los adultos mal intencionados, con otras niñas. Mirando de lejos y dejando en el vacío ominoso a su ex amiga. A la salida entregó un papelito lapidario:






Mi ma ya me digo que tus mamás son malas y lla no me voy a juntar contijo por que me pueden aser algo adios






Maya perdió por muchos días su sonrisa, sus ojos no brillaban y miraba con la nariz embarrada en el vidrio de la ventana a Azul que jugaba en su respectivo jardín.






Las mamás pasaron por un ardor terrible en el estómago; por la ira con ganas de ir a patear a Doña lesbofóbia; por la culpa terrible del tonito aleccionador de personas conocidas sobre el “daño que le hacen a las niñas con su modo de vida”; por el trato humillante de la vecina que ostentosamente ni siquiera quería que la rozaran al pasar, mucho menos permitir intercambiar una palabra. Sobre todo, por la rabia que finalmente las sustentaba en donde estaban. También, por lo que dolía la carita triste de una niña a quien amaban con toda el alma y el rostro lejano de Azul, que también miraba a distancia. Era realmente un hecho que las partía del todo.






Un día llegó Vaca, una gata que adoptaba su casa como maternidad y que parió cinco hijos feos y legañosos. Las niñas se desvivían llevándoles leche, croquetas, cobijas y mal cargando a los gatitos.






Cierta tarde, estaba ante la puerta un niño flaquito, simpático, de cabello amarillo paja, llamado Daniel. Pedía permiso de jugar con los mininos. Con cierta renuencia lo dejaron pasar. Al día siguiente trajo a Gabriela, su hermana pequeña, para que jugara con Luna y al otro día llevó a Patricio, su amigo, que también asistía a participar de los juegos. Por la tarde ya estaban todos los pequeños jugando a hacer pasteles de lodo.






Pasaron un par de semanas y entre seis gatos y cinco niños jugando, esa casa ya estaba de cabeza. Entonces, las mamás tuvieron que apretar el rostro, tragar saliva, fajarse la falda y fueron a hablar con la mamá de sus huéspedes antes de que ese cariño de niños causara un nuevo dolor. Se alisaron el cabello, se tomaron de la mano, tocaron el timbre de la casa. Temblando un poco, fueron sentadas con interés en un sofá que les pareció gigantesco y, para su sorpresa, resultó que no había problema alguno. Se trataba de una familia sensibilizada y sin prejuicio. La mamá de Daniel sabía de su preferencia sexual, fue una de las primeras informaciones que le dieron las bien intencionadas vecinas al mudarse a esa casa nueva.






En la escuela, poco a poco retornó la calma y Maya hizo nuevas amigas.






La situación se transformó: Al llegar a casa y apenas cambiarse de ropa las niñas, aparece Daniel tocando la puerta preguntando si van a salir a jugar. Todos los días hay que recordarle que primero tienen que comer, lavar los platos y hacer su tarea. Todos los días pone el niño expresión triste y se va a su casa esperando-desesperando para que den las cuatro de la tarde y sus amigas puedan jugar con él.






Todas las tardes se puede ver a Daniel jugando a las muñecas con las niñas, bailando “El vaquero sexy” o haciendo la comidita. A veces ponen una alberca inflable en el jardín, o hacen maratones de baile o carreras en bicicleta.






Ahora, además, visitan la casa Pato, Gaby, Samantha, Marifer, Oscar, Alejandra y otros. Para hacerlo más fácil, las mamás, anuncian constantemente y a los cuatro vientos que son lesbianas y, por si alguien tenía dudas, gustan de besarse felices en el jardín al llegar o despedirse para el trabajo y, siempre, caminan por las calles tomadas de la mano. También aprendieron a platicar con los papás de los niños vecinos y saben ya a qué atenerse y hasta gustan de contestar algunas dudas. Se suman poco a poco otros niños al contingente de desastrosos. Pasteles de cumpleaños, piñatas, fiestas navideñas. Maya se ríe y brilla de nuevo.






A veces, la familia se encuentra con Azul por la calle y ella, si no viene su madre, aventura una sonrisa o un saludo rápido y triste. Por lo regular, Azul se recarga en la reja de su jardín mirando siempre desde ahí, sin poder acercarse. Azul. Herida abierta. Azul de media sonrisa. Es una extraña que está presente y muy cerca.






Esta tarde ocurre algo extraordinario. Maya está sentada en el jardín jugando con la gata. Llega Azul corriendo. Le arroja un oso de peluche y una carta, para después escapar a toda prisa. Maya lee y entra a la casa gritando victoriosa. Ríe y cuenta: Azul, a sus diez años de edad, descubrió que su criterio no puede ser el mismo siempre que el de su mamá; que quiere seguir siendo su amiga, aun cuando tenga que ser a escondidas y que el oso feo y un poco sucio que Maya mece en sus brazos, es un regalo para simbolizar esa amistad secreta.






Maya pasa casi una hora frente a la ventana haciendo saludos a la niña que desde otra ventana no deja de mirar. Tal vez pronto inventen un lenguaje de señas a distancia.






A Azul la mandan a comprar algo a la tienda y pasa frente a la casa de Maya. Las cuatro mujeres que conforman esa familia están ante la puerta, mirándola pasar. Cuando la vecinita cruza frente a la casa, les sonríe con complicidad. Les dice adiós con su manita y se va corriendo a llevarle el mandado a su mamá.






Cuando se hace tarde, cansada de jugar y con la alegría todavía vibrando, Maya se baña con su hermana Luna. Se envuelven en grandes toallas y bajan a cenar. Entre bromas y juegos, como casi cada noche, se les cae la toalla y terminan cenando desnudas.






Las mamás tienen que perseguirlas por toda la casa.- ¡Que se van a enfermar. No entienden, niñas desobedientes!


Ellas, nalgas al aire, corren riendo sin dejarse alcanzar.


Y las mamás a grito pelado y risa ahogada:


- ¡Aunque sea, usen una camiseta para dormiiirrrr... ¡


- ¡Cuando menos pónganse calzooneees...!






Y, entonces, llega la noche para bendecir esa casa, nación disidente, en que habitan las hijas de una madres lesbianas, en toda su hermosa desnudez.





DICEN




© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

La cabellera larga y revuelta, los ojos abiertos, como incrédulos, y los labios murmurando palabras incomprensibles. La mujer estaba tendida en el suelo y su mirada no enfocaba nada. Parecía que un espasmo la recorría. Parecía que agonizaba…


¿Cómo pasó, qué vientos se concatenaron para llegar a ese instante irrepetible?

Dicen, que se cansó de ser humillada en público, los vecinos muchas veces habían sido testigos. También hay quienes opinan que no pudo soportar más los golpes del marido. La vecina de al lado cuenta que lo que más le dolió a esta mujer fueron las infidelidades y la deslealtad constante. La tendera, que tantas veces tuvo que prestarle a ella las viandas, piensa que lo tacaño de ese hombre también hizo lo suyo.


Cualquiera que fuese la razón, Esa mañana llegó un camión de mudanzas y se llevó todo. Desde los libreros, hasta los gatos dormidos en sus canastillas de viaje.
Los vecinos observaron atentos el ir y venir de cajas y paquetes. Algunos escandalizados, otros con semblante serio. Muchos preocupados por en qué acabaría aquello.


La vecina de al lado, sólo advertía, como si supiera, que algo definitivo habría de suceder.


Cuando el camión de mudanzas se hubo marchado, la mujer cerró puertas y cortinas, para cumplir su rito secreto.


Su amiga la ayudó a tenderse en el piso.


…Fue el comienzo del juego de caricias y besos.


La cabellera larga y revuelta, los ojos abiertos, como incrédulos, y los labios murmurando palabras incomprensibles. La mujer estaba tendida en el suelo y su mirada no enfocaba nada. Parecía que un espasmo la recorría. Parecía que agonizaba.


La boca de su amiga sobre su sexo era una y otra vez el camino íntimo a su paraíso. Sus piernas eran la puerta que se abría, que cedía la entrada al universo nuevo.


Jugaron, se abrazaron, se quisieron hasta que se hizo la tarde.


La mujer risueña y relajada tomó de la mano a su amiga. Salieron de la casa. Pusieron el cerrojo a la puerta y arrojaron la llave a donde fuera.


Los vecinos estaban ahí, mientras ellas tomaban el auto y se marchaban agitando las manos con alegres despedidas.


Dicen, que cuando llegó el marido, los vecinos trataron de simular; aparentando sacar la basura, regar el jardín o estar en animada charla. Pero, según cuentan, no pudieron evitar sonreír mientras él descorría el cerrojo y abría la puerta de la casa vacía.