jueves, 20 de agosto de 2009

LA NACIÓN DE LAS MUJERES ENCUERADAS



© Patricia Karina Vergara Sánchez

pakave@hotmail.com


Cada mañana y antes de que suene el despertador, Maya, quien tiene 9 años de edad y ojos brillantes color miel, se levanta de su cama vestida sólo con calzones. Sacude a la pequeña Luna que tiene cuatro años para que abra sus grandes ojos inteligentes y se levante de la cama contigua, también en calzones, a iniciar el día.






Luego, pasa a la recamara en donde sus dos mamás duermen despatarradas y encueradas en la misma cama. Procura hacer todo el ruido posible para que ese par de perezosas comiencen a entreabrir los ojos, se den un beso y se acaricien con los buenos días.






Así comienza el ir y venir de las desnudeces en casa. Una madre no tiene ropa porque está a punto de bañarse, otra porque salió de la regadera, Maya no se puede vestir porque no encuentra su ropa limpia y Luna porque su mamá no viene a ayudarle.






Por fin, son diez minutos antes de las ocho y las niñas salen, ya vestidas, corriendo a la escuela. El jardín de niños y la escuela primaria están dentro de la misma unidad habitacional donde Maya y Luna viven, así que están ahí todos los vecinitos y las verdades inocultables de sus familias de origen. Por ejemplo, el que vive con una madre violenta; el que tiene un padre alcohólico; la familia que tiene problemas económicos y, el que, según murmuran en su desconocimiento, es el peor y más sucio de todos los casos: Las niñas que tienen unas mamás lesbianas, que, por cierto, son ellas.






Al principio era un rumor vergonzoso que corría entre cuchicheos y miradas suspicaces. Después, ante el descaro de esas mujeres que, sin pedir permiso a nadie, se atrevían a estar viviendo juntas, fue una sorpresa anonadada. Con el tiempo, el chisme fue perdiendo su sabor. Nunca se confirmó aquello de las grandes orgías que organizaban, ni ritos satánicos, ni las hijas aparecieron nunca descuartizadas. Es más, estaban al corriente en sus pagos de mantenimiento comunal y ni siquiera tiraban basura en la calle.






Las vecinas, tan bien interesadas en el suceder ajeno, comenzaron a ocuparse de temas más importantes. Por ejemplo, el de la señora de la tienda que le ponía los cuernos a su marido con el chofer de un microbús. Los compañeritos de la escuela se fueron acostumbrando a la idea de que para el diez de mayo ellas elaboraban dos regalos y eso era todo. Así, las hijas y sus peligrosas madres pudieron respirar tranquilas un buen tiempo. Hasta que…-bueno, siempre hay un hasta que…-, un día llegó una niña nueva a la primaria. Se llamaba Azul: pícara, lista, desgarbada y desaliñada. Se ganó en un segundo el corazón y la amistad eterna de Maya. Además, resultó que era la vecina recién instalada en la casa cercana y eso las volvió inseparables. Azul comía, desayunaba, cenaba, veía tele, hacía la tarea e iba al cine con la familia de Maya.






Azul que vivía con su padrastro, su madre y un hermanito consentido, prefería estar en ese lugar donde no se gritaba, ni maltrataba, ni se le ponía al servicio del varoncito de la casa. Era el país de las mujeres que trabajaban, reían y parecían felices. Lo único raro que tenían era que gustaban de ver capítulos viejos de Xena en televisión. Lo que más le gustaba, era que le contaban que todas las niñas eran fuertes y guerreras, que podrían hacer en su vida todo lo que ellas soñaran. Ella decía que ir a esa casa era como visitar otro país. Nación en donde se sabía aceptada y querida. Un país con reglas distintas, pero que le agradaban.






Un día: Azul y Maya estaban en los columpios, mientras las mamás y Luna jugaban un poco más adelante con una pelota.






Cuando el columpio volaba, Azul preguntó:






– ¿Qué es una lesbiana?






Y Maya respondió:


- Lesbiana es una mujer que está enamorada de otra mujer.






- ¿Tu mamá es lesbiana?


- Mi mamá es lesbiana.


- ¿La mamá de Luna es lesbiana?


- Es lesbiana.


- ¿O sea que… son novias?


- O sea que… son novias.


- ¡Ah!






Siguieron columpiándose hasta que se hizo de noche.






Pasaron un par de meses poblados de carreras en bicicleta, congeladas de fresa y yogurt ante el televisor.






Un sábado por la mañana, Azul no llegó a desayunar. Todas pensaron que estaría enferma y esperaron. El domingo tampoco llegó. El lunes en la escuela no dirigió a Maya ni siquiera una palabra y secreteaba, como los adultos mal intencionados, con otras niñas. Mirando de lejos y dejando en el vacío ominoso a su ex amiga. A la salida entregó un papelito lapidario:






Mi ma ya me digo que tus mamás son malas y lla no me voy a juntar contijo por que me pueden aser algo adios






Maya perdió por muchos días su sonrisa, sus ojos no brillaban y miraba con la nariz embarrada en el vidrio de la ventana a Azul que jugaba en su respectivo jardín.






Las mamás pasaron por un ardor terrible en el estómago; por la ira con ganas de ir a patear a Doña lesbofóbia; por la culpa terrible del tonito aleccionador de personas conocidas sobre el “daño que le hacen a las niñas con su modo de vida”; por el trato humillante de la vecina que ostentosamente ni siquiera quería que la rozaran al pasar, mucho menos permitir intercambiar una palabra. Sobre todo, por la rabia que finalmente las sustentaba en donde estaban. También, por lo que dolía la carita triste de una niña a quien amaban con toda el alma y el rostro lejano de Azul, que también miraba a distancia. Era realmente un hecho que las partía del todo.






Un día llegó Vaca, una gata que adoptaba su casa como maternidad y que parió cinco hijos feos y legañosos. Las niñas se desvivían llevándoles leche, croquetas, cobijas y mal cargando a los gatitos.






Cierta tarde, estaba ante la puerta un niño flaquito, simpático, de cabello amarillo paja, llamado Daniel. Pedía permiso de jugar con los mininos. Con cierta renuencia lo dejaron pasar. Al día siguiente trajo a Gabriela, su hermana pequeña, para que jugara con Luna y al otro día llevó a Patricio, su amigo, que también asistía a participar de los juegos. Por la tarde ya estaban todos los pequeños jugando a hacer pasteles de lodo.






Pasaron un par de semanas y entre seis gatos y cinco niños jugando, esa casa ya estaba de cabeza. Entonces, las mamás tuvieron que apretar el rostro, tragar saliva, fajarse la falda y fueron a hablar con la mamá de sus huéspedes antes de que ese cariño de niños causara un nuevo dolor. Se alisaron el cabello, se tomaron de la mano, tocaron el timbre de la casa. Temblando un poco, fueron sentadas con interés en un sofá que les pareció gigantesco y, para su sorpresa, resultó que no había problema alguno. Se trataba de una familia sensibilizada y sin prejuicio. La mamá de Daniel sabía de su preferencia sexual, fue una de las primeras informaciones que le dieron las bien intencionadas vecinas al mudarse a esa casa nueva.






En la escuela, poco a poco retornó la calma y Maya hizo nuevas amigas.






La situación se transformó: Al llegar a casa y apenas cambiarse de ropa las niñas, aparece Daniel tocando la puerta preguntando si van a salir a jugar. Todos los días hay que recordarle que primero tienen que comer, lavar los platos y hacer su tarea. Todos los días pone el niño expresión triste y se va a su casa esperando-desesperando para que den las cuatro de la tarde y sus amigas puedan jugar con él.






Todas las tardes se puede ver a Daniel jugando a las muñecas con las niñas, bailando “El vaquero sexy” o haciendo la comidita. A veces ponen una alberca inflable en el jardín, o hacen maratones de baile o carreras en bicicleta.






Ahora, además, visitan la casa Pato, Gaby, Samantha, Marifer, Oscar, Alejandra y otros. Para hacerlo más fácil, las mamás, anuncian constantemente y a los cuatro vientos que son lesbianas y, por si alguien tenía dudas, gustan de besarse felices en el jardín al llegar o despedirse para el trabajo y, siempre, caminan por las calles tomadas de la mano. También aprendieron a platicar con los papás de los niños vecinos y saben ya a qué atenerse y hasta gustan de contestar algunas dudas. Se suman poco a poco otros niños al contingente de desastrosos. Pasteles de cumpleaños, piñatas, fiestas navideñas. Maya se ríe y brilla de nuevo.






A veces, la familia se encuentra con Azul por la calle y ella, si no viene su madre, aventura una sonrisa o un saludo rápido y triste. Por lo regular, Azul se recarga en la reja de su jardín mirando siempre desde ahí, sin poder acercarse. Azul. Herida abierta. Azul de media sonrisa. Es una extraña que está presente y muy cerca.






Esta tarde ocurre algo extraordinario. Maya está sentada en el jardín jugando con la gata. Llega Azul corriendo. Le arroja un oso de peluche y una carta, para después escapar a toda prisa. Maya lee y entra a la casa gritando victoriosa. Ríe y cuenta: Azul, a sus diez años de edad, descubrió que su criterio no puede ser el mismo siempre que el de su mamá; que quiere seguir siendo su amiga, aun cuando tenga que ser a escondidas y que el oso feo y un poco sucio que Maya mece en sus brazos, es un regalo para simbolizar esa amistad secreta.






Maya pasa casi una hora frente a la ventana haciendo saludos a la niña que desde otra ventana no deja de mirar. Tal vez pronto inventen un lenguaje de señas a distancia.






A Azul la mandan a comprar algo a la tienda y pasa frente a la casa de Maya. Las cuatro mujeres que conforman esa familia están ante la puerta, mirándola pasar. Cuando la vecinita cruza frente a la casa, les sonríe con complicidad. Les dice adiós con su manita y se va corriendo a llevarle el mandado a su mamá.






Cuando se hace tarde, cansada de jugar y con la alegría todavía vibrando, Maya se baña con su hermana Luna. Se envuelven en grandes toallas y bajan a cenar. Entre bromas y juegos, como casi cada noche, se les cae la toalla y terminan cenando desnudas.






Las mamás tienen que perseguirlas por toda la casa.- ¡Que se van a enfermar. No entienden, niñas desobedientes!


Ellas, nalgas al aire, corren riendo sin dejarse alcanzar.


Y las mamás a grito pelado y risa ahogada:


- ¡Aunque sea, usen una camiseta para dormiiirrrr... ¡


- ¡Cuando menos pónganse calzooneees...!






Y, entonces, llega la noche para bendecir esa casa, nación disidente, en que habitan las hijas de una madres lesbianas, en toda su hermosa desnudez.





7 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso, verdaderamente hermoso el cuento, me facina la manera en que avordas el tema, eres mi heroe, jejeje muchas gracias por compartir esta riqueza... atte grecia

Ely dijo...

Hola Karina tuve la grandiosa oportunidad de que una amiga me leyera este cuento hace un par de meses después de asisitir a un evento de mujeres feministas en San Angel La historia me conmovio y tu manera de escribir me encanto. Que bueno que hay gente como tú, que denuncia por medio de las letras la falta de aceptación de la diversidad sexual. Muchas felicidades y continua con este trabajo.

Anónimo dijo...

Felicidades por su hermosa familia, por la manera tan bella de confrontar las realidades diversas, por regalarnos estos bellos poemas!!!

Anónimo dijo...

Gracias por esta historia, gracias por escribirla, me permites soñarla, sentirla y pronto vivirla, un fuerte abrazo.
Darling D.
Perú

Anónimo dijo...

hola karina
al leer tu historia me sinto un poco reflejada en ella, la forma en la que la escribiste es muy hermosa y mas el modo en el que tus personajes se apollan mutuamente como lo debe hacer una familia amorosa y comprenciba.
Gracias por compartir estas vellas historias

Anónimo dijo...

hola esta muy padre la historia, creeme que hasta se derramaron unas lagrimas por mi mejillas, seria hermoso, tener una familia asi.

xsuxsuzetex dijo...

Muito linda a história, mais lindo ainda saber que é real, beijos, tudo de bom!

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