miércoles, 26 de enero de 2011

PER-VER-SA


©Patricia Karina Vergara Sánchez

pakave@hotmail.com


Fue corriendo a poner el cerrojo a la puerta de la bodega, para que nadie pudiera abrirla de improviso. Después, Lidia se dejó caer en el sofá viejo que había en un rincón, atrás de una muralla hecha con cientos de libros que alguien había apilado, tal vez durante años.

A su piel desnuda y sudorosa se adhirió de inmediato gran cantidad del polvo que almacenaba el mueble maltrecho. Juana estaba también desnuda y la miraba fija y atentamente, como gata dispuesta a saltar.

Lidia cerró los ojos cuando se acercó su compañera, suspiró ansiosa ante las primeras caricias de Juana. A pesar de todo, tenía miedo a dejarse llevar pues sabía lo que pasaría de un momento a otro. Era su filia muy particular y a veces causaba desconcierto en sus amantes. Sin embargo no podía evitarlo. Algo, alguna vez había ligado de forma indisoluble la musicalidad de las palabras y su deseo erótico, tan estrechamente que surgían de sí y no podía contenerlo. Cuando las caricias de Juana la estremecieron, comenzó la reacción que ya esperaba:

En su mente aparecieron letras en color negro que iban delineando la palabra "Con-cu-pis-cen-cia". Lidia saboreó para sí cada grafía, las disfrutó como quien va comiendo a pequeños mordiscos su manjar favorito.

-Con- cu-pis-cen-cia.

Su fantástico archivo mental le mostró una referencia inmediata: 

Diccionario de la lengua española 2005 f. Apetito desordenado de placeres sensuales o sexuales. Ejemplo: se abandonó al vicio y la concupiscencia.

Soy concupiscente, pensó Lidia, y lo gozó.

Abrió los ojos y abrazó a Juana que se acercó más a ella para después, tomando a Lidia por los hombros, inclinar el rostro y comenzar a lamer el pezón de su seno izquierdo con apetito, con deseo, con lujuria recién descubierta.

Juana no podía creer lo que estaba haciendo. Sobre todo, no podía comprender que disfrutara tanto hacer algo que nunca habría imaginado. 

Se dijo: -Bueno, sólo estoy probando, sólo estoy experimentando. Todo se debe a estas vacaciones estropeadas en este pueblo perdido. Es el calor que me ha trastornado. Seguramente, es algo en el agua de este lugar, que debe estar contaminada y me hace actuar así, tan loca. No quiere decir que he cambiado de gustos. Todo tiene una explicación, vamos, es sólo por probar, luego no lo haré de nuevo. Es esto un experimento, casi con fines científicos-. Trataba de tranquilizarse a sí misma.

En tanto, se aferraba al pezón con la boca hambrienta, al tiempo que llenaba su mano temblorosa con el peso firme y dulce del seno derecho de Lidia. Mientras ésta, que recorría con sus manos el cabello y la espalda de Juana, gemía muy suave e hilvanaba en su mente otras palabras que le resultaban particularmente apetitosas:

-Vo-lup-tu-o-si-dad-, y suspiraba mientras la mano de Juana descendía por su costado hasta llegar al inicio de sus caderas.

Juana besaba el cuello de Lidia, aspirando profundamente el aroma de la mujer que enredaba sus piernas tibias entre las suyas. Juana era su propia espectadora, como incrédula de su propio placer, de sus propias sensaciones, como mirándose a lo lejos en la proyección de un película extraña a ella misma. Nunca había creído poder apetecer tanto a una mujer, pero, en ese momento sentía entre sus muslos correr ríos que daban testimonio de ese deseo incontenible.

Lidia y Juana, entrelazadas; la piel cubierta de sudor, polvo y caricias; el aroma a humedad y a los viejos libros amontonados en la bodega; la boca de una buscando la boca de la otra.

Se olvidaron del miedo a que alguien apareciera de improviso y las descubriera.

Juana dejó de preocuparse. Se entregó al placer de todos sus sentidos. Aprendía embelesada ese juego de espejos que Lidia le mostraba. Parecía invitarla a una especie de danza misteriosa, en donde cada movimiento debía tener la reciprocidad justa en sensaciones y gestos. Una podía lamer despacio hasta hacer gemir a la otra y la otra acariciaba hasta hacer temblar a la una.

Lidia, los ojos cerrados, musitaba en voz muy bajita las sílabas que su mente tramaba como imágenes de su deseo. Sonidos que Juana percibía como un conjuro mágico:

-Lu-ju-ria, lú-bri-ca, im-pu-di-cia.

Juana, deseosa de aprender de ese sortilegio, comenzó a repetir el encantamiento:

-Lu-ju-ria; lú-bri-ca; im-pu-di-cia.

Lidia, abrió los ojos fascinada, incrédula. Nunca antes, alguien con quien hubiese compartido sus abrazos, había reconocido y repetido la musicalidad de algunas palabras. Así, en lugar de concatenar sílabas en su mente, centró su mirada en los labios color rojo intenso de la mujer que pronunciaba al ritmo de sus sensaciones.

Lidia, por puro probar, provocó a Juana mientras danzaban:

-Obs-ce-ni-dad -, murmurando apenas con sutil aliento.

Juana respondió:

-Obs-ce-ni-dad -, casi divertida, mirando a los ojos de Lidia, que ensayó de nuevo:

-Per -ver-ti- da.

Juana, pausando el ritmo de su propio cuerpo y desafiando un poco a su maestra, repitió en voz alta y con tono de urgencia:

-Per-ver-ti- da.

Lidia aceptó el desafío:

-Ca-pri-cho.

La respuesta:

-Ca-pri-cho-sa.

Entonces, Lidia guió su cintura hasta hacer corresponder sus cuerpos en el centro exacto de sus deseos y le mostró a Juana cómo hacer ondular su cuerpo. Cuerpos ondulantes, cuerpos ondulando.

-Pe-ca-do.

-Pe-ca- do- ra.

-In-mo-ra-li-dad.

-In-mo-ral.

Cuerpos estremecidos, cuerpos estremeciéndose.

-Or-gás-mi-ca.

-Or-gas-mo.

-¡Qué rico! –, suspiró Lidia

-¡De-li-ci-o-so! –, declaró Juana victoriosa.

La dueña de la librería, que volvía de las dos horas -tres y media en realidad- que se tomaba para comer y luego hacer la siesta, encontró la puerta de la bodega abierta y a ellas ya vestidas, pero todavía en el sillón y muy cerca una de la otra. Les sonrío sin malicia, preguntándoles qué se les ofrecía.

Ellas se enredaron tratando de dar explicaciones. Habían entrado por casualidad a ese lugar casi al mismo tiempo, buscaban algún libro para entretenerse en aquel pueblo que las tenía atrapadas un par de días. A Juana por un encargo laboral, a Lidia como parte de un viaje que hacía para olvidar un amor ingrato.

Una persona del pueblo que pasaba por la calle frente a la librería les había explicado que en dos largas horas, que a veces se volvían tres o cuatro, nadie las atendería, pero, las invitó a revisar el material que estaba a la venta por si algo les interesaba, aun cuando esos libros hacía muchos años que no interesaban a nadie.

Un poco frustradas decidieron esperar a que alguien apareciera para atenderlas o a que disminuyera el sol quemante del medio día y pudieran marcharse, lo que ocurriera primero. También, optaron por refugiarse tras una pared de tabla roca, en el fondo fresco del lugar, en donde estaba la bodega.

Comenzaron charlando de la pasión que Lidia tenía desde niña por los diccionarios y su afición por las palabras y sus significados, luego hablaron un poco de sus vidas, se fueron acercando y…

La dueña de la librería, impaciente y poco deseosa de conocer la historia, las interrumpió y les preguntó si en esas horas habían logrado encontrar algo que les resultara de interés.

Se miraron con un poco de culpabilidad y sin saber qué decir. Cada una tomó un ejemplar cualquiera que encontró al alcance de la mano y lo colocó en el mostrador. Miraban hacia el piso, deseando que les envolvieran pronto el Manual de Carpintería de 1983 y las Consideraciones Botánicas Universales de 1990, para poderse marchar a toda prisa.

De pronto a Juana le llegó la inspiración:

– Perdone, ¿tendrá diccionarios?

-¿Diccionarios? Creo que sí, en aquel estante, aunque no son muy actualizados, están completos y en muy buenas condiciones-. Respondió la dueña, esperanzada de hacer otra venta.

-No importa, no importa. Siempre se podrán encontrar palabras interesantes-. Agregó Juana:

- Si Lidia quiere, puede acompañarme al hostal en que me alojo a revisar algunos ejemplares y así no se aburriría tanto.

Lidia la miró con los ojos muy abiertos y preguntó:

-¿Cuántos diccionarios distintos hay en la librería?

-Tal vez 7 u 8-, les informó la vendedora.

-Démelos, démelos todos-, pidió Juana.

Mientras la dueña, muy satisfecha, colocaba en bolsas los diccionarios recién adquiridos, Lidia miraba a Juana y ambas sonreían.


*imagen tomada de melodypaznovelas.blogspot.com

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A-plau-so!!! (espero así se deletree). El punto es que me encantó el ingenio de este cuento!!!. Divertido, sensual, complicidad misteriosa.
Oootro, oootro, oootro!!!

Felicidades y gracias por compartir tus cuentos.

Zula

Anónimo dijo...

Seductor....Me encantó. Podríamos hacer uno....

anairam11 dijo...

Sufo lo mismo que Lidia, claro que jamás lo he aplicado así xD. Saludos. ME ENCANTÓ!

Anónimo dijo...

Como dice Lidia,cada quien tiene una filia muy particular y que bueno que encontró a alguien que la supo comprender.
A mi me encanta hacer el amor recitando pequeños versos de Sor Juana Ines de la Cruz, se me hacen tan llenos de pasión: Divina Lysi mía:
perdona si me atrevo
a llamarte así, cuando
aun de ser tuya el nombre
no merezco.
Aunque como dice lidia causa desconcierto.
la primera vez que lo mencione, se enfureció la persona con la que estaba en esos momentos, pues me dijo: que quien fregados era Lysi. zas.
Por eso ahora omito el nombre y lo cambio por la persona con quien me encuentro, en esos bellos momentos de pasión.

Del cuento me gusto mucho el contexto, dejando a un lado el polvo de la bodega, si no teniendo como testigos tantas historias en esos libros, dando armonía a sus palabras haciendo el amor.
Es como si estuvieran haciendo conjuros de amor, lo cual lo vuelve mas pasional.
Bellisimo.


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